España siempre negó la culpabilidad de dicha explosión, es más ofreció la creación de una comisión conjunta de investigación a la que Estados Unidos se negó desde el primer momento. Pero gracias a la campaña mediática realizada por el magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst, los estadounidenses dieron por sentado la culpabilidad de España en la explosión del Maine y aceptaron sin ningún reparo la posterior guerra contra el ejército español.
Los historiadores e investigadores de la época siempre sostuvieron que la explosión del acorazado Maine fue provocada por el propio ejército de los Estados Unidos, con el fin de utilizarla como pretexto para intervenir en la guerra hispano-cubana. Una guerra que ya ganaban los libertadores cubanos, para quienes la intervención estadounidense, y su posterior victoria, supuso un nuevo yugo colonial del que no lograrían desprenderse hasta el año 1959.
Estos hechos en mucho se parecen a otros más recientes, gracias a los cuales Estados Unidos ha podido justificar su criminal política imperialista ante sus ciudadanos, como el incidente del Golfo de Tonkín, que justificó la invasión de Vietnam, o el 11S, que justificó las invasiones de Afganistán e Irak, unos hechos sobre los que, por otra parte, existen multitud de pruebas de su provocación intencionada por el propio gobierno estadounidense. Por todo esto, los ciudadanos norteamericanos, antes de seguir ciegamente a sus líderes, tras un trágico acontecimiento como los anteriormente mencionados, deberían tener en cuenta los precedentes históricos y desviar su indignación hacia sus supuestos defensores.
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