miércoles, 1 de junio de 2011

La economía política del SIDA. (Extracto de un artículo de Tom Bethell)


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El VIH/SIDA se ha convertido en un extenso programa de ayuda internacional en el que los receptores se pueden identificar y los donantes (los contribuyentes) son anónimos. Los beneficios están enfocados, los costes son difusos. Gobiernos, compañías farmacéuticas, activistas y educadores del SIDA, retrovirólogos, publicaciones científicas y gente con SIDA trabajan juntos de forma simbiótica;los presupuestos se hinchan y los contribuyentes de todo el mundo (principalmente de los EE.UU.) pagan, les guste o no. El gasto federal para el SIDA en los Estados Unidos aumenta un 10 por ciento al año, aún cuando la cantidad de casos desciende, alcanzando los 10 mil millones de dólares en el último ciclo presupuestario. Gran parte del dinero se envía a los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y a programas de salud y vivienda. Los distintos estados añaden miles de millones por su cuenta. Todo esto financia la parte del león de los fármacos y libra a las compañías farmacéuticas de la preocupación de si sus clientes van a poder permitirse comprar sus productos. Para los pacientes de SIDA, el cuidado de la salud está al precio del oro.

Los investigadores financiados por los NIH defenderán con uñas y dientes el consenso en favor de la ciencia establecida. De vez en cuando, los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC) informarán de un progreso «visible», pero siempre seguido de la advertencia de que el problema no ha desaparecido. Después, más o menos cada año, se informará de «realidades razonables». El virus habrá «mutado», debilitando los fármacos. Un ensayo para una vacuna no resultó satisfactorio. En un país lejano (actualmente están de moda Sudáfrica y Zimbabwe), se «descubren» de repente índices de infección por VIH del 25 ó el 30 por ciento. ¡O dos tercios completos del ejército sudafricano estarán «infectados»!. Ahora, una vez más, tenemos una crisis plenamente desarrollada. Sin preocuparse de ser utilizados, los buenos soldados como Laurie Garrett (Newsday) y Lawrence Altman (NYT) desempeñarán el papel que les ha sido asignado, sin mostrar ni rastro de escepticismo, y serán recompensados con titulares en primera página. Después de todo, las «plagas» son más apremiantes y amenazadoras que la disentería o la malaria. La cubierta de la revista «Science» será más o menos igual.

El mensaje trasmitido nunca cambia: ¡Se necesita urgentemente mayor financiación! Las compañías farmacéuticas tienen miedo de las organizaciones de activistas y sus exigencias monetarias. Por lo tanto, por protección, sus contribuciones son generosas. «Project Inform» paga sus facturas. Los activistas remunerados cancelan las manifestaciones y redirigen sus miembros para que se pongan en contacto con sus congresistas: ¡Hay que gastar más dinero en SIDA!. El perenne proveedor de fondos para los laboratorios del NIH Anthony Fauci, sabiamente, hace amistad con el activista gay Larry Kramer. Es una relación muy íntima por debajo de los contratiempos efectistas. PWA consiguen que les paguen sus cuidados médicos, los científicos aquiescentes obtienen financiación total para sus laboratorios, los funcionarios públicos obtienen grandes aumentos en los presupuestos anuales y mayores recursos para contratar más ayudantes. En cuanto a las compañías farmacéuticas, han estado haciendo tanto dinero que pueden permitirse financiar estas tremendas «juergas» bienales del SIDA (tales como la de Durban), que, invariablemente, ayudan a avivar las financiaciones, que, inevitablemente, terminan en sus manos.

Peter Piot, jefe de UNAIDS, se dio cuenta de lo que estaba pasando. En un comentario revelador publicado el 19 de junio de 1998 en «Science» escribió: «A diferencia de cualquier otro problerna sanitario visto hasta la fecha, ha habido una presión y una participación inusualmente importantes por parte de individuos y grupos infectados o afectados por el VIH». Eran principalmente homosexuales del mundo industrializado». También podría haber añadido que, entre los «afectados», también había retrovirólogos. De todas formas, los infectados y los afectados estaban «organizando la agenda de la investigación del SIDA». Piot habla de «la presión para una aplicación inmediata de los resultados», «los «lobbies» para aumentar la financiación», «la creación de la agenda de investigación en los comités de ensayos clínicos, consejos de fundaciones, juntas asesoras de compañías farmacéuticas y congresos científicos». Quién podría dar mas...

El SIDA «proporciona un nuevo paradigma para la interacción entre la ciencia y la sociedad», observó, y «entre los departamentos de salud pública y las comunidades afectadas». Para decirlo más claramente, la ciencia se había al fin subordinado a la política. Y los departamentos de salud pública habían encontrado para sí una circunscripción influyente, dispuesta a portar pancartas, con experiencia ante los medios de comunicación, un potente grupo de presión a la hora de aumentar las financiaciones. Probablemente, Piot estaba en lo cierto cuando dijo que esto era algo nuevo. Los investigadores y pacientes de cáncer, a partir de ese momento, comenzaron a formar el mismo tipo de asociación simbiótica.

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